martes, 16 de junio de 2015

Ser o no ser stanislavskiano




La revolución teatral de finales del siglo XIX y principios del XX, que tiene en Constantin Stanislavski a uno de sus señeros referentes, constituyó en primer término la reivindicación de un Teatro de Arte contrapuesto a la lógica del entretenimiento consumista, misma que se enseñoreara de la escena europea tras la entronización y crisis del drama romántico. Tanto Stanislavski (de la mano de Nemirovich-Danchenko) en Moscú, como Antoine en su Theatre Libre de París, siguen y profundizan la estela de hallazgos trazada en su recorrido europeo por la compañía Meininger, consistente en la subordinación de todos los componentes individuales de la escenificación a las necesidades y exigencias globales de la puesta en escena.
Los hallazgos específicamente técnicos de Stanislavski en el ámbito de la formación de actores, sólo cabe dimensionarlos a cabalidad como parte de sus ideas generales respecto de lo que el Teatro es y debe decir. El hecho de que numerosos apoyos para el oficio, cristalizados tras arduos años de exploraciones en su laboratorio, hayan pasado a convertirse en fundamento formativo para una abrumadora mayoría de las escuelas de actuación de todo el mundo, funcionales incluso en el caso de aquellos que más contrapuestos se hallen a las premisas estéticas de su artífice, no debía hacernos olvidar que para él estaban muy lejos de poder tomarse como meras herramientas útiles (cuya validez radicaría exclusivamente en su probada eficacia), y que los concebía parte integral de una franca actitud militante, una auténtica profesión de fe frente al acto creador.  Pero, incluso restringiéndonos al ámbito estrictamente técnico, la aspiración resultaba por demás ambiciosa: no menoscabar la maestría en el oficio como indeseable, sino exigir su subordinación a las necesidades de conjunto del universo dramático, y trabajar con la hipótesis de un futuro donde los elencos dejaran de tomarla como excepción contingente y pasaran a convertirla en norma general, a través de su metódica aprehensión.
Para el ámbito teatral, declararse “stanislavskiano” pasó rápidamente a identificarse, con irresponsable automatismo, en sinónimo del empleo utilitario y efectista de un cada vez más reducido número de apoyos para la interpretación actoral, descolocándolos no sólo de la perspectiva pedagógica que el maestro ruso madurara durante décadas de trabajo, sino lo que es todavía más grave: ignorando por completo la visión del arte y del ser humano que habían contribuido a madurar, y que les había dado origen, sentido, razón de ser. Al cabo, los extravíos y callejones sin salida provocados por los artífices de tal descolocación y tal enmienda, pasaron a endilgársele con toda naturalidad al propio Stanislavski. Dentro del mundo teatral, no resulta infrecuente toparse —lo mismo entre creadores que entre formadores y críticos— festivos desplantes de suficiencia y sentencias investidas de erudita inobjetabilidad, que se deleitan aseverando: “Stanislavski hace ya mucho que caducó y fue superado”. ¿A qué se refieren con eso? ¿Qué es lo que, festiva y victoriosamente, se presume superar? ¿La frontal reivindicación de un Teatro de Arte que no transija con la banalidad y el comercio? ¿La convicción de que todos los componentes individuales de la puesta en escena deben armonizarse integralmente en función de su unidad colectiva? ¿La apuesta por actores capacitados a plenitud para ejercer sus potestades creadoras, abandonando la estéril disyuntiva entre la narcisista estrella y el ejecutante servil? ¿El entendimiento de la profesión actoral como una privilegiada vía de conocimiento del espíritu humano? ¿La intuición de que el repertorio de consejos útiles acumulados por la historia de la actuación es —además de renovable— susceptible de organizaciones sistematizadas que vuelvan más democrática y efectiva su compartibilidad?
Porque tales son las esenciales cuestiones de fondo que hacen que Stanislavski sea Stanislavski, y en función de las cuales debía tasarse en todo caso el atrevimiento de declararse stanislavskiano o no.