Fotografía aparecida en la revista Gente y Actualidad en 1970 |
Hace
algunas semanas, el cantautor Joan Manuel Serrat anunció su retiro de los
escenarios luego de más de medio siglo de carrera artística. “Antes de que una
pandemia o la pérdida del favor del público me retire, prefiero ser yo quien lo
haga” le escuché decir en alguna de las varias entrevistas donde ha abordado el
particular. Durante su etapa de ascenso (previa a situarse como un clásico
indisputable de la canción en lengua catalana y castellana) Serrat supo sortear
airoso la difícil tensión de resultar demasiado intelectual para el público
mayoritario y demasiado pop para el público “comprometido-culto”; ahora debe
rendirse, igual que tocará a todos, al implacable imperio del tiempo. Y no me
refiero sólo al tiempo específico de su ciclo vital y su persona, sino también
a esa despiadada modalidad del tiempo colectivo a la que denominamos olvido.
Ya, ya sé. Serrat es inmortal, y su obra perdurará como perduran todas las
obras inmortales. Pero a mí no deja de causarme cierto abismal huequito en la
boca del estómago, cierto punzante pellizco en la esquina del corazón, venir
constatando desde hace tres o cuatro años que entre mis estudiantes de
preparatoria, bachilleres en educación artística, un creciente porcentaje jamás
ha oído hablar de Serrat ni conoce ninguna canción suya. Cosa impensable hasta
hace no tanto. (“¿De verdad nunca han oído aquello de caminante no hay camino?”. “De verdad no, profe”). Este 2021 de su
retiro, dicha cifra debió alcanzar alrededor del noventaisiete o noventaiocho
por ciento. Cuando se refiere al desfavor del público, Joan Manuel sabe de lo
que habla.
Para
acompañar desde la distancia su despedida, para procurar oponer algún modesto
dique a ese invencible vendaval llamado olvido, hablaré aquí del álbum Mi Niñez, aparecido en 1970, un año
antes de que yo naciera. Se trata de mi
álbum favorito de Serrat. Iba a poner que sin lugar a dudas se trata no sólo de
mi disco favorito, sino del mejor dentro de la vasta producción del mítico
cantautor. Pero entiendo lo absurdo, lo arbitrario y lo estéril de semejante
declaratoria. La discografía de Serrat se mide en decenas, varias de las producciones
que la integran admiten el calificativo de obras maestras, y yo mismo, puesto a
establecer comparativos, no estaría seguro a la hora de jerarquizar en términos
de excelencia Mi niñez (1970) junto a
Mediterráneo (1971), Como ho fa el vent (1968), Miguel Hernández (1972) o Per al meu amic (1973). De hecho, si a
algún entusiasta no enterado debiera recomendarle un específico peldaño de
acceso al corpus serratiano, creo que elegiría el álbum doble En Directo (1984), no sólo debido a su
sustanciosa recopilación antológica de cuanto hasta ahí había compuesto Joan
Manuel, sino porque lo considero decantado y depuradísimo cenit expresivo de su
fecundo contubernio de décadas con el arreglista Ricard Miralles.
Dejémoslo
entonces en que Mi niñez es mi álbum
favorito de Joan Manuel Serrat, añadiendo en todo caso que sus méritos le
permitirían, llegado el caso, contender a plenitud por el título de “el mejor”
con otros álbumes que han gozado de mayor fama y desmenuzamiento crítico; y
pienso en este último sentido, sobre todo, en Mediterráneo.
No
esconderé que en la predilección que siento por Mi niñez inciden decisivos elementos autobiográficos y
sentimentales. Fue el primer disco de Serrat que hubo en mi casa. No el primero
suyo que escuché, porque ya bajo el patrocinio de mi padrino, y creo que desde
que apenas comenzaba a caminar, Dedicado
a Antonio Machado, poeta (1969) había impreso en mí huellas que perduran
indelebles hasta hoy. Mi niñez
admitiría creo quedar consignado como ejemplar resumen de mi propia infancia,
no tanto en razón de lo que sus canciones dicen, sino en razón de lo mucho que
sus canciones acompañaron, atestiguaron y hasta presidieron.
Más
allá de ese vínculo personal, a menudo me parece que la filiación devota y la
deuda eterna de Joan Manuel para con esas promociones de poetas llamadas Generación del 98 y Generación del 27 hallaron
ahí su mayor armonía con lo que a él le interesaba y le tocaba decir, en tanto
joven alma madurada al calor de la hoguera de los años sesenta. Hay en Mi niñez, como en toda la primera etapa
de la producción de Serrat (hasta, digamos, Para
piel de manzana, de 1975), una intensidad de épica adolescente, vida aún
por vivir, paisaje aún por recorrer, mundo aún por fundar. Y en dicho impulso
fundacional e iniciático alientan de manera inequívoca por supuesto Machado y
Miguel Hernández, pero también Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti, Ramón de
Valle-Inclán y Gabriel Celaya, Ramón Gómez de la Serna y Federico García Lorca.
Mi niñez incluye varios de los más
altos vuelos líricos en la obra del cantautor catalán, con inflexiones que
honran una y otra vez esas herencias, pero que ya para nada se mimetizan
servilmente ante ellas.
Mi niñez, también conocido como el Álbum Blanco |
Integran
la obra diez temas, que en el LP correspondiente quedaban equitativamente
distribuidas cinco por lado. El ejemplar que adquirimos en mi casa había sido
editado en México; así que, dado supongo su sentido de introducir al cantautor
en el mercado nacional, y a manera de muestra, había omitido dos de las
canciones originales, sustituyéndolas por dos temas en catalán sacados de otro
disco.
Abre
justo la pieza encargada de dar título al álbum. Acaso mi primera cátedra
avanzada de nostalgia. Oyendo cómo aquel Joan Manuel veinteañero evocaba su
infancia perdida, yo, sin completar todavía mi primera década de vida o apenas
acabando de cumplirla, hacía ingentes esfuerzos por imaginar el dolor agridulce
con que alguna vez evocaría cuanto en ese mismo instante me rodeaba. Resentía
algunos problemas de apropiación frente a aquello de “crucé por la niñez imitando
a mi hermano”, dado que sólo tenía hermanas y las tres eran menores que yo. Me
estrujaba el pecho como inconcebible catástrofe por venir lo de:
Mi madre crió
canas / pespunteando pijamas, / mi padre se hizo viejo / sin mirarse al espejo.
Me
seducía con un misterio difuso y vedado a las palabras lo de:
Tenía una novia morena / que abrió a la luna mis
sentidos, / jugando los juegos
prohibidos /a la sombra de una higuera.
Hoy,
cuando puedo preguntarme “¿y dónde, dónde fue mi niñez?” con una voz algo ya
más vetusta que la del Serrat de entonces, los acordes de la canción siguen
consiguiendo resucitarme intacto en la boca el sabor de aquellos días.
El
segundo tema es Señora, recurrente en
la mayor parte de las recopilaciones antológicas del autor y tal vez el que,
junto con La fiesta, ha gozado de
mayor fortuna individual. Se trata de un completo manifiesto de las potencias
épicas e ideológicas correspondientes a la disidencia libertaria frente al
último franquismo, remitidas al más íntimo de los espacios: el de la relación
amorosa. Un joven de pelo largo, apasionado y socarrón, interpela a su
potencial suegra para ponerla al tanto de hasta qué punto sus conservadores
mimos y sus escuelas de monjas han sido inútiles, y les ha llegado la hora de
sucumbir ante imperativos por completo divergentes y mucho más poderosos. La
muchacha tras bambalinas ha sido arrebatada por el influjo de un ensueño
…que sólo le ha dado un / soplo de Cupido, / que no la
hizo hermosa / a fuerza de arrugas / y de años perdidos.
Señora, que
durante posteriores lustros Serrat se negaría largamente a cantar, por
elemental sentido de la edad, del decoro y del ridículo, conecta con múltiples
canciones de aquella primera etapa, pero creo que sobre todo acepta disponerse
a manera de díptico junto a Qué va a ser
de ti, incluida en Mediterráneo.
Si Mi niñez constituye mi álbum favorito
entre los muchos que me gustan de Serrat, su tercer tema, Cuando me vaya, es por el que optaría si alguna de esas ociosas
encuestas de fin de año me obligara a elegir una sola entre todas sus
canciones: el imbatible número uno dentro de mi hit parade personal. Joan Manuel se transparenta ahí poeta de
cuerpo entero con una medida tal, que continúa resultándome insólito lo poco
conocida que es la pieza, así como lo casi nada que su autor la ha revisitado a
la hora de elegir el repertorio de sus recitales y antologías. Versos como
Me iré silbando aquella canción / que me cantaba, cuando
era un crío, / un marinero lleno de ron /
por si en verano sentía frío…
contabilizan entre los mejores que jamás
cristalizara el corpus global de lo que, a su hora, dio en llamarse en
Iberoamérica como Canto Nuevo.
En
un sentido, Muchacha típica es el
tema del álbum que más ha envejecido, dadas sus muy puntuales referencias
circunstanciales. En otro, ha ido a alinearse ya para siempre junto a aquellos
dos pintorescos, enternecidos, apenas despiadados retratos machadianos que
Serrat musicalizara en 1969: Llanto y
coplas y Del pasado efímero. Al
Don Juan telúrico e incorregible travestido piadoso beato, y al insípido
pequeñoburgués de casino pueblerino, con los que don Antonio glosará el español
adiós al siglo XIX, Joan Manuel añade en los días de los Beatles a la niña
rica, observante a pie juntillas de su sentido de clase y de su pertenencia
dinástica, pero con transitoria debilidad por las veleidades del cuerpo, el
alma, la política y la cultura. Muchacha
típica es esa hija predilecta de la alta burguesía barcelonesa,
magistralmente narrada por Juan Marsé en su novela Últimas tardes con Teresa (1966); aunque aquí la protagonista no
viva su romántica cana al aire con un rudo ejemplar de barrio proletario, sino
con el cómico que al cantarla (pese a todas sus corrosivas ironías) no puede
dejar de confesar:
…mas te sientes en su tálamo / como a la sombra de un
álamo / un verano en Aranjuez.
Cierra
el lado A (hoy ya indiscernible bajo el imperio de los formatos digitales) Como un gorrión. Una de esas bellas
canciones de amor donde Serrat lo dice todo sin necesidad de decir apenas nada,
y donde la metáfora de temática natural se convierte en el más privilegiado
recurso para plasmar testimonio las humanas pasiones. Acá, un pajarillo urdido
a partes iguales por el arrebato indómito y por la timorata conciencia de su
propia fragilidad, sirve para rendirnos el parte de un amor que quiso ser y no
fue. Pero Como un gorrión era una de
las dos canciones reemplazadas en nuestro disco familiar; hube de conocerla a
posteriori. El tema en catalán que la sustituía era En
qualsevol lloc, pieza harto significativa dentro del
universo serratiano, y con la cual el autor confecciona la puntual profecía de
su propio exilio por venir, haciéndolo rimar con el exilio de quienes debieron
abandonar Cataluña y España toda tras la derrota republicana en la Guerra Civil
(“volvieron muy pocos de aquellos, / mañana yo me iré con ellos / a cruzar el
mar” sentencia el estribillo de la correspondiente versión en castellano).
La portada mexicana de Mi niñez. |
El lado B lo abre De cartón piedra, delirante epopeya donde
don Quijote, inagotablemente habituado a reencarnar en la materia y la fantasía
españolas bajo las más disímiles modalidades, vuelve a dejarse llevar hasta sus
últimas consecuencias por el ensueño, en esta oportunidad a través de la más
intensa devoción sentimental y erótica hacia un maniquí de aparador. De
cartón piedra entraña muchísimo más que la historia que cuenta, lo que ya
es decir. Se trata de una declaración de principios en toda forma, y quienes la
escucharon en vivo de boca de su artífice allá por los años setenta, coinciden
al consignar la impetuosa intensidad, la arrebatada disposición de todo o nada
con que acostumbraba interpretarla: idéntico a aquel esmirriado viejillo de
armadura, cuando arremetía a todo galope contra las aspas de un molino de
viento.
Los
debutantes es quizá el tema más discreto del álbum. Una meditación
entre burlona y solidaria a propósito de las agridulces claustrofobias del
adulterio:
Y
la noria / de la historia / sigue del fondo del pozo / hasta el brocal.
En La fiesta, elegida casi en automático como remate para sus
conciertos, Joan Manuel nos brinda un esperpento a lo Valle-Inclán, un fresco
barroco pleno de claroscuros, un aguafuerte digno de Goya. Su personal versión
de El jardín de las delicias,
propicia a que se la apropie y la tome por espejo casi cualquier pachanga de
barrio en cualquier rincón del mundo. La áspera democracia del carnaval, las
potencias despersonalizadoras de la noche y la embriaguez, los sagrados
misterios de la celebración pagana (por más que se ampare en el cristiano
pretexto de la noche de San Juan). Entre la cuesta recién barrida por la que de
inicio se nos invita a subir, y la cuesta abajo colmada de basura por la que de
últimas se nos invita a descender, el punto culminante de este clásico lo da
sin duda aquello de:
Hoy
el noble y el villano, / el prohombre y el gusano, / bailan y se dan la mano / sin
importarles la facha. / Juntos los encuentra el sol / a la sombra de un farol, / empapados en
alcohol, / magreando a una muchacha.
Algunos pasajes de la canción
han padecido (y acaso deberán padecer todavía) censura a mano de sucesivos
vigilantes de lo políticamente correcto. Primero aquellas banderas “lilas,
rojas y amarillas”, en alusión a los colores de la bandera republicana, que
durante el último lustro franquista debieron volverse dentro de territorio
español “verdes, rojas y amarillas”; después el magrear (manosear) suavizado
“abrazar”, y la omisión de la palabra “zorra”. Mañana ande a saber qué. Todas
las santas inquisiciones terminan resultando idénticas en sus usos y en sus
abusos, sin importar a nombre de qué o de quién pasen a proclamarse
monopolizadoras de la Verdad y del Bien.
La penúltima pieza del álbum es
Si la muerte pisa mi huerto. Otra
joya. Manriqueana actualización de uno más de los temas básicos para la
imaginería ibérica: la omnipotencia implacable de la muerte, la fugacidad de la
vida, la memoria como indispensable aun cuando insuficiente soporte de cuanto fue.
Irresoluble conjetura a propósito de cómo irá a configurarse esa hora en la que
ya no estaremos:
¿Quién
me abrirá los cajones, / quién leerá mis canciones / con morboso placer?
La canción que, si existiera merced
para ello, a la mayoría de nosotros nos gustaría cantar durante nuestro propio
funeral.
Pero Si la muerte pisa mi huerto fue para mí un regalo de adolescencia,
una letra y una melodía que conocí tarde, dado que en nuestro disco familiar
venía reemplazada por Marta,
bellísima canción de amor donde un rústico paisaje portuario sirve al caminante
para evocar prenda por prenda las huellas de una pasión que en este caso sí fue:
L'església
humil i menuda (La
iglesia pobre y pequeña
i
entre la boira, perduda y,
perdida entre la niebla,
llunyana
y grisa, la ciutat, lejana
y gris, la ciudad,
em
parlen de Marta... me hablan de Marta).
Cierra el disco Amigo mío. Otro de los poemas para mí
más injustamente olvidados de Serrat, donde su diálogo confidente con un río
para evocación de otro amor, da lugar a versos e imágenes de enorme valía. Ya
el puro arranque amerita aplauso por sí solo:
Amigo
mío que, / desde que el tiempo fue / tiempo, vas sembrando guijarros / por
donde es plomo el sol / y es tan espeso el polvo / del camino, que embarra el
canto.
De nueva cuenta el paisaje
natural, transido de épica juvenil, como privilegiado vehículo para que el
poeta consigne lo suyo más íntimo y secreto. El enamorado distante comisiona a
su río-amigo como emisario, para que acompañe estación tras estación a la
muchacha que ama; y al hacerlo aprovecha para darnos sutil pero nítida cuenta
de cuán avanzadas llegaron a hallarse las relaciones entre ambos (el jarrón
junto a la cama, los cuidados para que las noches de invierno no pase frío). No
resisto la tentación de transcribir también íntegra la estrofa correspondiente
a la estación otoñal:
Si
la ves cuando el otoño / te hace ancho y hondo / y sueña el barbecho, / cuéntale
que la llevo como el abrojo: / prendida en el pelo, el alma, el vientre y los
ojos.
Por lo menos una vez en la vida
hay que llevar a alguien prendido así. En los ojos, en el vientre y en el alma.
Como en los ojos, en el vientre y en el alma seremos sin duda muchos quienes llevemos
al día de hoy prendidos los versos, los acordes, las imágenes y las historias
de este disco, de muchos otros discos de Joan Manuel Serrat.
Mi
niñez es una indispensable obra maestra.
Serrat a finales de los sesentas, fotografía de Pep Puvill |
"Mi niñez", lista de reproducción.