para Gustavo Ogarrio
Son confusos, inciertos, improbables,
los orígenes del feroz absurdo
según el cual algunos elegidos,
sentados a la diestra
del padre o de su ausencia comprobada
tienen derecho a reclamar la tierra,
hasta la persuasión o hasta el despojo,
por privada heredad.
Pero no ha habido fe más perdurable,
ni devoción que haya costado tanto,
ni convicción que se haya permitido
licencias parecidas
por un tiempo tan largo
ni sobre tanto espacio y tantas almas.
No sé de qué manera,
pero sería hora de parar.