para el Milosaurio
Lo real existe. Y ello abre el espacio para distinguir falso y verdadero, verdad y mentira.
Sólo que lo real no es unívoco. Y aprender a navegar sus diversos niveles, así como a discernir en acto la medida de validez dentro de su amplia escala, exige el mayor de los rigores, el desarrollo de un espíritu respetuoso con plena intransigencia (por más contradictorio que suene), tanto de aquello que la luz nombra como de aquello que la sombra impide nombrar.
Y ese es apenas el principio, pues a poco camino que andemos, nos percataremos de que a menudo la sombra nombra, la luz impide nombrar, y una infinita serie de combinaciones que aunque den la impresión de llano trabalenguas van muchísimo más allá del juego de palabras.
Te tocó nacer en una época donde aprender a navegar ese turbulento mar del devenir, causa mucha flojera. Y a veces enmascarando el bostezo, a veces exhibiéndolo con petulancia pobre remedo de rugido, se proclama ese enredo como prueba de que ni lo real, ni lo verdadero, ni lo válido, ni lo justo existen.
Y para demostrarlo, pretenden los que así bostezan meter en el mismo saco a los santos y a los canallas. Porque sí, Emilio, amor de mi sangre abierta, los santos existen; y los canallas también. Pero te digo, cuando los canallas mandan se valen de toda suerte de triquiñuelas para conservar ese mando, al que procuran identifiquemos no con lo real, que ya ves para ellos no existe, sino como la menos impiadosa de las ficciones.
No hay que temerle a la contradicción. No hay que temerle al tropiezo que nos deja con un sabor a barro en la boca y a veces hasta un hilillo de sangre colgando de la comisura. No dejes de buscar y de inventar lo real posible por miedo del ridículo. Siempre el que se pronuncia corre el riesgo de errar, pero es sobre las huellas reales del yerro que la vida se hace mundo vivible.
Sólo que lo real no es unívoco. Y aprender a navegar sus diversos niveles, así como a discernir en acto la medida de validez dentro de su amplia escala, exige el mayor de los rigores, el desarrollo de un espíritu respetuoso con plena intransigencia (por más contradictorio que suene), tanto de aquello que la luz nombra como de aquello que la sombra impide nombrar.
Y ese es apenas el principio, pues a poco camino que andemos, nos percataremos de que a menudo la sombra nombra, la luz impide nombrar, y una infinita serie de combinaciones que aunque den la impresión de llano trabalenguas van muchísimo más allá del juego de palabras.
Te tocó nacer en una época donde aprender a navegar ese turbulento mar del devenir, causa mucha flojera. Y a veces enmascarando el bostezo, a veces exhibiéndolo con petulancia pobre remedo de rugido, se proclama ese enredo como prueba de que ni lo real, ni lo verdadero, ni lo válido, ni lo justo existen.
Y para demostrarlo, pretenden los que así bostezan meter en el mismo saco a los santos y a los canallas. Porque sí, Emilio, amor de mi sangre abierta, los santos existen; y los canallas también. Pero te digo, cuando los canallas mandan se valen de toda suerte de triquiñuelas para conservar ese mando, al que procuran identifiquemos no con lo real, que ya ves para ellos no existe, sino como la menos impiadosa de las ficciones.
No hay que temerle a la contradicción. No hay que temerle al tropiezo que nos deja con un sabor a barro en la boca y a veces hasta un hilillo de sangre colgando de la comisura. No dejes de buscar y de inventar lo real posible por miedo del ridículo. Siempre el que se pronuncia corre el riesgo de errar, pero es sobre las huellas reales del yerro que la vida se hace mundo vivible.