“Si no fuera / Por mi / Buena salud / Ya me habría / Muerto”.
Efraín Huerta. Poemas prohibidos y de amor.
a.
Martes 20 de abril de 1993. Los telenoticieros nocturnos dan cuenta del fallecimiento de Mario Moreno, apenas hace unas horas. En una esquina, un puesto ambulante de lámina blanca. Despacha un gordo solitario que ve la televisión. Sólo de bistec y chorizo, los de tripa se acabaron. Aparece un harapiento viejo, con todos los años de este mundo sobre las espaldas. Tras ordenar, atiende por un instante a la pantalla; luego dice:
—Lo que hay que ver. Yo a ese señor del que hablan lo conocí en el momento mismo. Aunque puede que haya sido un poco antes, ya ve usted que con la edad a uno lo que no se le olvida lo inventa. Pero no por eso va a andar aguantando lo de la jubilación, que ni para lentejas alcanza. Bueno, yo no estoy jubilado, pero igual me siento indigno porque da coraje. Aunque a fin de cuentas uno mismo tiene la culpa, ¿para qué se hace viejo? Tan bonito que es andar por el mundo joven, bello y rozagante. Por eso yo comprendo que el difunto éste acabara por hacerse la restirada plástica. Ora que para res tirada vamos todos y jalones más, jalones menos. Dicen que los gusanos no le hacen el feo a las arrugas.
“¿Cómo que de quién estoy hablando? Pues del occiso que hace rato no era porque inclusive. Y me extraña. Pero depende, ¿no? Porque Marios Moreno ha de haber un montón; como para aventar pa’ arriba. ¿Que quién soy yo para andarle faltando a un difunto tan ilustre? Pues no es por dárselo a desear, pero aquí donde me ve se me hace que… pa’ pronto. Yo más que faltarle ando sobrándole, y como me quite la gabardina no va a ser para deleitarle las niñas de los ojos. Y no me llamo, señor; me llaman. Porque introspecto y tergiversado iba a verme gritando por la calle igual que la Llorona: “¡Ay, Cantinflas! ¡Ay, Cantinflas! ¿Dónde estás?”.
b.
Miércoles 21 de abril de 1993. Mario Moreno “Cantinflas” ha sido sepultado. En Morelia, hacia la media tarde, llovió.
Y yo pienso, o recuerdo que pensaba. Si las coordenadas de la memoria colectiva se mantienen tan eficaces como antaño. Si, sobreponiéndose a las tentaciones del velorio mercantil y del luto institucional, los resortes de la mitología son capaces aún de provocar aquella añeja costumbre suya conocida como milagro. Si esta atmósfera de duelo tiene sabor a pérdida de un entrañable pedazo de vida. Si en el “peladito” distinguimos rastros claramente identificables de lo que hemos sido y somos, pero sobre todo de lo que ya jamás volveremos a ser. Si se nos muere algo más que una sombra. Si velamos, no a una celebridad que adulaba presidentes y anunciaba tarjetas de crédito, sino algo que es infinita e indefiniblemente nuestro. Si la nueva generación mira azorada la tristeza de buena parte de sus mayores. Si los mayores miran azorados la cortés indiferencia de buena parte de la nueva generación. Si transcurrir, dejar de ser para estar siendo (y sólo así ser), continúa resultando un ejercicio doloroso como el diablo.
Entonces, la monumental granizada de hace un rato tuvo nada de casual.
2. NI TUS OÍDOS ESCUCHARÁN MI CANTO.
“Tanto pudo la fama encarecerlo / y tanto las noticias sublimarlo / que sin haber llegado a conocerlo // llegó con tanto extremo el reino a amarlo, / que muchos ojos no pudieron verlo / mas ningunos pudieron no llorarlo”.
Sor Juana Inés de la Cruz. Sonetos.
En el principio fue la carpa. Nacer y crecer bajo su amparo, rescatando lo que desata carcajadas y deshaciéndose de cuanto provoca lluvia de chiflidos, insultos, jitomates y líquidos de procedencia dudosa. Pero Cantinflas no es un fruto más de la vida carperil de la segunda y tercera décadas del siglo XX. Cantinflas es la suma de reminiscencias de una edad que el tiempo se ha venido encargando de borrar.
Crecía el México moderno a la sombra de la Revolución. Lo rural delineaba en negativo los rasgos que hasta hoy siguen siendo su seña de identidad para nosotros, ante la omnipotente consolidación del horizonte urbano. Y allá, en el fondo de tal consolidación, se incubaba una pobreza festiva, ácida, risueña, al mismo tiempo inocente y cábula, ingenua y abusada, cómica y bronca, despiadada y tierna. Los momentos de mayor gloria para Mario Moreno son aquellos en que Cantinflas, a través de su insensato discurso y su gesto cadencioso, desde tal subsuelo consigue dar cuenta de la patria toda. Una patria siempre transitiva. Películas como “Así es mi tierra”, “Águila o sol” y “Ahí está el detalle” no sólo continúan funcionando como lúcido testimonio del tiempo y el país que fuimos, sino que mantienen intacta su demanda y estatura como clásicos del cine mexicano. Ninguna comedia llevada a la pantalla durante las últimas décadas consigue aproximárseles; ni de lejos.
Con el paso de los años, los nuevos intereses de Mario Moreno pasarán sin reparo alguno por encima de los alcances históricos y estéticos de Cantinflas. Incapaz de seguir a su creador en la ruta del éxito, el personaje termina por volver a la calle, para crecer y transformarse con el México que le dio vida y con el que sin remedio morirá. Cuando Mario Moreno emprende la producción sistemática de una o dos películas anuales, está firmando por anticipado el acta de defunción de Cantinflas. Traicionará al peladito de arrabal, todo incorrección, vicios y malas maneras, en busca de argumentos novedosos y discursos asimilados a lo que la ética y la moral en turno entienden por edificante. Aprendices de científico, licenciados, curas y doctores se apropiarán tanto de su nombre en calidad de membrete, como de ciertos reconocibles rasgos que la fama convertirá en receta.
Los momentos de más triste decadencia para Mario Moreno son los del cine en color. Cuando a la caza de moralinas y ganancias elevadas pretende que Cantinflas se convierta en portavoz de las histéricas fobias del capitalismo (“El ministro y yo”), reivindicador servil de la institucionalidad priísta (“El profe”, “El barrendero”, “El patrullero 777”), y cultivador de un humor aletargado, sin filo, ramplón, melodramático y chato, preludio del Chespirito por venir (súmense a las ya enunciadas “El extra”, “Por mis pistolas”, “El padrecito”, “El bolero de Raquel” y un largo etcétera). Apenas momentos cada vez más fugaces para evocarle al espectador lo que había sido pero ya nunca jamás volvería a ser.
Que cada quien vele y venere el pedazo de identidad nacional que le toca.
b.
Martes 20 de abril de 1993. En la misma esquina. El mismo puesto ambulante de lámina blanca. El mismo gordo solitario que despacha y el mismo harapiento viejo, con todos los años de este mundo sobre las espaldas.
—Ya está así como que llegándose la hora, de modo que a darle. Se anota en la lista cuatro de bistec, dos de chorizo y un refresco. Las cebollitas no, porque estaban medio desabridonas. Ahí me lo anota en la lista y paso a liquidar el día del juicio. Ay, mira cómo eres. ¿A poco va a cobrarle a un circunspecto de finado lo que, dijéramos, es como cuando diosito partió el pan nomás que sin apóstoles? O sea la última cena antes de qué después, ¿y luego? Pero si ora es cuando. Mire que si llama al gendarme voy a llegar tarde al velorio y me van a cerrar el cajón. Luego le toca a uno viajar al otro mundo en trolebús. Ya ni lo que no obstante, de verdad que no es broma. Yo soy el que era, porque el otro ya no es ni lo que era ni lo que dejó de ser. ¿Y yo? Deje le explico. “Desde el momento en que no fui quien era, nomas… interprete mi silencio”1.
Adiós para siempre. Adiós.
1 Cantinflas a Manuel Medel en “Águila o sol” de Arcady Boytler.