Hemos banalizado hasta los más vulgares extremos nuestra manera de leer poesía, nuestra
manera de leernos a través de la poesía.
Y así lo escribo. En esa primera persona del plural tan útil para el disimulo y la coartada, tan propicia para lanzar la piedra y esconder la mano, tan socorrida para revolver el aire a aséptico resguardo de su transparencia o de su irrespirabilidad, tan conveniente para enmascarar radical osadía las más mezquinas cautelas. Sin embargo, no me mueve la intención de acusar en flamígero abstracto, a fin de garantizar y garantizarme una conveniente y cómoda absolución en lo concreto.
Al hablar de “nosotros”, lo hago por puntualidad descriptiva, y me refiero a las inercias a través de las cuales es normada la vida literaria. Inercias que cada partícipe y usufructuario alienta, cultiva y salvaguarda en mayor o menor medida.
Todo empieza tal vez cuando, involuntariamente en algunos casos, con ventaja y alevosía en otros, el margen de sentido de la obra literaria va quedando circunscrito a los horizontes que delimita la literatura. La manifiesta evidencia de que la mayor parte de las cosas que se escriben son sólo literatura, y de que la mayor parte de los que escriben son solamente escritores, hace olvidar que ciertas obras literarias, siendo sin lugar a dudas literatura, son también algo más que literatura; que ciertos autores, siendo sin lugar a dudas escritores, son también algo más que escritores. Y semejante amnesia inhabilita para siquiera preguntar, para alimentar cuando menos la duda, de si en tales obras y autores no será a fin de cuentas ese “algo más” lo de verdad importante.
Pero la auténtica gravedad del problema no radica ahí. Tampoco en el hecho de que seamos capaces de reconocer todavía, así, en primera persona del plural, a esos autores y obras que son algo más que literatura como los legítimos y efectivos delineadores de los rostros y alientos esenciales del decir poético. El oprobio consiste en reclamarlos patrimonio preferente, cuando no exclusivo, de la literatura. Ambiguo botín de poder material, ideológico o llanamente onírico para los escritores, los críticos, las instituciones culturales, las casas editoras, los talleres, los escalafones académicos, los sistemas de becas, las carreras de letras.
Aterra contemplar cómo los jóvenes novicios, cada vez más temprano y cada vez con menos excepciones, restringen su horizonte de intuición, así como su margen de acción, aprendizaje y escritura, al sueño baladí de convertirse en escritores. Escépticos precoces de cualquier “algo más”, felices ignorantes de todo más allá, encaminan sus trabajos y sus ensueños hacia el objetivo primordial de publicar, ganar certámenes, impartir seminarios, ejercer desde arriba las paternidades tiránicas o benevolentes que hasta ahora han recibido desde abajo. Ser famosos. Odiados o queridos, pero famosos. Y hasta ahí. Non plus ultra. No ver, sino ser vistos.
Por supuesto, cada cuál es responsable de sus pies. Cuesta arriba o cuesta abajo, de cara a la infinita llanura o parado en el borde del abismo. Pero considero que parte del trabajo de escritor ha sido siempre, sigue siendo hoy todavía, recordarle a los otros, en general, el más allá donde poesía y literatura se dimensionan, justifican y proyectan patrimonio humano.
Por mínimo sentido de dignidad gremial, por elemental respeto al oficio en que nos hemos elegido, por humana complicidad y solidario reconocimiento, habría que recordarles lo que están en condiciones todavía de recobrar. Sobre todo si, de cara a la literatura, nosotros lo hemos perdido sin remedio. Y compartirlo no como ese sabio al que nadie necesita, ni como ese maestro que no pidieron, ni como ese hermano mayor al que envidian y detestan. Compartirlo como el llano compañero de ruta y oficio que somos, apenas con un tramo un poco mayor de zozobra y sospecha recorrido.
Joven que quieres ser poeta, novelista, cuentista, ensayista, dramaturgo. Recuerda. No llegaste a la literatura de la mano de la literatura; llegaste a la literatura de la mano de la vida. Gozar los privilegios de unos ojos, exige asumir las demandas de la travesía que los labró mirada.
Checo, si asi de limpias y motivadoras nos dieras las clases...
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