lunes, 3 de agosto de 2009

DESDE TUS PROPIOS OJOS


Hace un par de semanas anduve leyendo un puñado de relatos de Ambrose Bierce sobre la guerra civil norteamericana. En ellos, los adornos líricos y políticos que disimulan el campo de batalla al mirarlo de lejos y de espaldas son meticulosa e implacablemente abatidos. Y mucho tiene que ver sin duda en ello la fidelidad narrativa del escritor que, a la vez humilde y orgulloso —orgulloso de su humildad—, se asume mirada de a pie frente a una realidad que nadie tiene que contarle, que ha contemplado con sus propios ojos.
Sin embargo, el razonamiento quedaría incompleto, precario y embustero si lo formuláramos así nada más. Siglos de literatura se han encargado de mostrarnos el insuficiente mérito del testimonio por el testimonio, la recurrente cortedad de los testigos que le suponen a su relato un automático certificado de valía por el hecho de ser la transcripción directa de un episodio al que personalmente asistieron.
De hecho, en el ámbito artístico la proximidad vivencial con aquello que se cuenta no constituye jamás una virtud por sí misma. Más bien sucede que llega a convertirse en lo contrario. Pues sólo aquello que es capaz de marcar distancia con su materia prima, articulándose perspectiva mediada, llega adquirir valor estético, abierta pertinencia compartida y posibilidad de una genuina resonancia espiritual.
No nos engañemos. Las obras de arte que más pasionalmente parecen sucumbir a la inmediatez del sentimiento o de la circunstancia, si valen como obras y no sólo como documentos, es porque no quedan circunscritas a la vivencia o la emoción que les dio origen. La reelaboran. La reinventan.
Así que quizá convendría matizar algunas de las aseveraciones vertidas de entrada a propósito de los relatos de Ambrose Bierce. Cierto: su genio obedece, como el de tantos otros grandes narradores, al hecho de que se asume mirada de a pie frente a una realidad que nadie tiene que contarle, que ha contemplado con sus propios ojos. Pero, a lo menos en los territorios de la Alta Fantasía, contemplar con los propios ojos muchas veces no significa sino ser capaz de imaginar con absoluta libertad. Siempre que no entendamos semejante prerrogativa como sinónimo de manipular el suceso y la invención a capricho, arbitrariamente. Para imaginar con absoluta libertad, de lo que primero que tenemos que ponernos a salvo es justo de nuestras personales apetencias y fobias.
Página tras página, línea tras línea, palabra tras palabra, mientras pincela con magistral aliento este y aquel episodio de tierna sinrazón o grotesco heroísmo, ora entre los soldados rasos del ejército de la Unión, ora entre las filas confederadas, ora entre los civiles a quienes la guerra y su cauce brutal tanto espanta y fascina, Bierce no sólo está diciéndonos que su potencia narrativa le viene haber estado ahí, sino sobre todo recordándonos que las maneras de “estar ahí” son infinitas.
Pienso y releo a Bierce en función del país donde vivo. En función de su cotidiana virulencia. En función del modo paradójico en que las charlas tienden a volverse monotemáticas (cada quién tiene ya un suficiente repertorio personal de estampas de ignominia) y como, sin embargo, no nombrar la realidad pareciera erigirse al mismo tiempo único medio para mantenerla mínimamente transitable (habitable resultaría a estas alturas un adjetivo pretencioso). En función de las muchas novelas, cuentos, ensayos, obras teatrales y guiones cinematográficos que durante los últimos años se han escrito en este país, pensando el crimen organizado como garantía de éxito gremial y comercial, o como pintoresca alternativa lúdica para el tedio intelectual y la aridez creativa. En función de lo inútiles e imbéciles que la inmensa mayoría de esas obras resultan; lo mismo desde el punto de vista artístico que como testimonio de perplejidad compartida, no digamos ya como mínima salvaguarda de lucidez en medio del terror.
Pienso y releo a Bierce mientras escribo. Las maneras de estar aquí son infinitas.
No necesitas que un sicario te apoye su pistola en la nuca para escribir sobre el narco. No necesitas escribir sobre el narco para entender dónde vives. Escribe tus cuentos infantiles, tus novelas de fantasmas y tus poemas de amor asumiéndote mirada de a pie frente a una realidad que nadie tiene que contarte; que contemplas en toda su múltiple amplitud desde tus propios y diversos ojos.