miércoles, 25 de noviembre de 2015

Michoacán y su evaluación


I
El suizo Philippe Perrenoud era uno de los escasos autores que lograban hurtarse del dominante tono apologético y propagandístico en los materiales de apoyo de la especialidad PROFORDEMS (para la capacitación de docentes de nivel bachillerato en el modelo educativo por competencias) que a mí como a miles de maestros me tocó cursar hace cosa de tres años. En medio de un alud de textos donde se tendía a privilegiar la entonación paternalista y la actitud de proselitismo festivo, reconfortaba hallar cada tanto materiales como los suyos, donde no te escatimaban ni te excusaban el papel que como profesor te corresponde: el de un profesional adulto con capacidad crítica, desdeñando el de pasivo adepto en espera de conversión.
Uno de dichos materiales (Diez nuevas competencias para enseñar) aborda, entre otros varios temas, la amplitud de perspectivas con que debe contemplarse la incorporación de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) al proceso de enseñanza-aprendizaje. A partir de los planteamientos ahí vertidos, pueden perfilarse tres rubros o perfiles, con una amplia gama de matices intermedios. Por un lado, estarían las TIC como medios útiles para la adquisición de competencias no remitidas a ellas (el uso de un blog para el estudio del Imperio Romano, por ejemplo); por otro, las TIC como competencias en sí mismas (conocer el funcionamiento y uso genéricos de una plataforma digital, independientemente de los estudios que en ella vayan a cursarse); por último, la variante que acaso quepa identificar como más esencial, emblemática y poco advertida de este enfoque formativo: las TIC como pretexto para la adquisición de competencias y logros de objetivos que no es necesario enunciar de manera explícita, que el educando puede adquirir sin conciencia clara de estarlas adquiriendo, y cuya revelación consiente ser verticalmente dosificada y dirigida desde las instancias de control superior.
Si antaño el fin justificaba los medios, y ayer el medio era el mensaje, hoy los medios están ahí para garantizar la administración discrecional de mensajes y fines. Reflexión que puede y debe abordarse más allá del ámbito de las TIC, para abarcar todos y cada uno de los medios y estrategias implementados en la reforma del sistema educativo nacional durante los últimos años.
¿En qué consiste el “éxito”, oficialmente celebrado con bombo y platillo, lo mismo a nivel estatal que federal, de la jornada de evaluación para docentes llevada a cabo en Michoacán durante el pasado fin de semana? ¿Cuál es el fin y cuál el mensaje enmascarados tras este medio denominado “evaluación”? ¿Qué es lo que en realidad se está evaluando? Porque pareciera que la idoneidad o no de los docentes para desempeñar la tarea que les ha sido encomendada, es en este caso lo último que interesa. Menos de dos mil profesores de una población aproximada de sesenta mil (contabilizando sólo las escuelas públicas entre nivel básico y medio superior), examinándose en un modelo educativo cuya caducidad y remoción inminente era anunciada a esas mismas horas por el Secretario de Educación Pública en la Ciudad de México.
Fuera del segundo rubro contemplado (Examen de Conocimientos Disciplinares), mismo que arrojará resultados útiles para cualquiera que sea el modelo por venir, el resto del proceso de evaluación docente (Presentación de Evidencias, Examen de Casos para Competencias Didácticas, Planeación Argumentada) está concentrado en verificar la intachable conversión de los profesores a la verdad revelada del modelo por competencias. Si, como se ha manifestado en reiteradas ocasiones, aquellos que no aprueben el proceso recibirán durante los meses venideros capacitaciones a fin de atender sus “áreas de oportunidad” (eufemismo empresarial para disimular lo que antes se denominaba carencias), ¿significa que recibirán capacitación en el modelo evaluado, aun cuando a partir del siguiente ciclo escolar éste comience a ser sustituido por “un nuevo modelo de educación básica, con nuevos planes y programas de estudio”, de acuerdo con declaraciones hechas por Aurelio Nuño, titular de la SEP, el pasado domingo?
Nos equivocaríamos al suponer que estamos sin más ante un equívoco cantinflesco o un absurdo kafkiano, de esos en que la vida pública nacional suele parecer pródiga, pero tras los cuales tienden a escatimarse sistemáticamente las reales intencionalidades e implicaciones de cuanto sucede.  
El ocultamiento y la discrecionalidad siguen constituyendo normas omnipotentes para el ejercicio del poder en nuestro país, aun cuando la resultante sea una panorámica de desfachatado cinismo, prepotencia generalizada y vergonzante descaro. Con idealismo que la realidad material de nuestras sociedades y sistemas educativos se ha encargado sobradamente de refutar, Perrenoud advierte en Diez nuevas competencias…:

¡Que los que quieran formar a los profesores en TIC para que a su vez «inicien» a sus alumnos no avancen a escondidas! Este objetivo no es ilegítimo, pero resulta peligroso: con la excusa de ampliar los medios, se implica implícitamente los propósitos de la escuela. Si la apropiación de una cultura informática debiera ser considerada como un objetivo de pleno derecho de la escolaridad básica, mejor sería justificar esta proposición y debatirla abiertamente…

“Con la excusa de ampliar los medios, se implica implícitamente los propósitos de la escuela”. Es decir, los medios no son inocentes jamás.
Si de algo careció desde el primer momento la reforma educativa en nuestro país fue justo de un debate abierto. Dejemos por un instante de lado las implicaciones laborales, decisivas en su implantación, y aboquémonos a la arena de la discusión pedagógica. El modelo por competencias fue proclamado como la más vanguardista y perfecta opción educativa a nivel mundial, y sus detractores quedaron caracterizados en automático como víctimas de la desinformación y la ignorancia, cuando no como perversos agentes de las más retrógradas inercias y las más populistas taras. La opción del disentimiento fundamentado y crítico quedó inhabilitada por principio.
En otro de sus textos (El proceso didáctico como proceso de comunicación) Perrenoud insiste en la importancia de que, antes de lanzarse a la implementación de un sistema orientado hacia el desarrollo de competencias, se precise la definición puntual de una idea de educación, una idea de sociedad, una idea de país.
En México, los señalamientos críticos hechos a la reforma educativa en función de sus orientaciones ideológicas y políticas, fueron desde que se postuló (y siguen siéndolo todavía) sistemáticamente atajados con el argumento de una supuesta (a todas luces imposible) neutralidad. Como iniciativa de gobiernos concretos, guiados según directrices históricas claras, obedecen a una orientación bien precisa de rumbo para los asuntos públicos de México. En nuestro país, la adopción del modelo por competencias no constituyó nunca un enfoque “neutro”, del cual cada quien podía aprovechar determinadas “bondades” según su particular enfoque y juicio. Omitiendo toda discusión sobre el tipo de sociedad y espacio público a construir (discusión imprescindible antes de definir las competencias que buscan desarrollarse), el rumbo se dio por sentado de antemano. El resultado es que los fines institucionales, las competencias genéricas y las divisiones disciplinares establecidas obedecen a una visión claramente condicionada: la del neoliberalismo más recalcitrante.
El argumento de que cuanto se pretende es propiciar una educación de calidad, omite el hecho de que en materia de espacio público la calidad no constituye un valor en sí mismo, y debe remitirse a los contenidos, las funciones y los fines que  a su amparo pretenden ser legitimados.

II
¿Quiénes eran realmente los que estaban siendo evaluados el pasado fin de semana en Michoacán? ¿Cuáles eran las competencias que se pretendía ver adquiridas? ¿Qué tipo de evaluación diagnóstica y qué tipo de planeación argumentada estaba realmente ensayando en nuestra entidad el gobierno federal, por encima de la aplicada en concreto a los profesores que concurrimos a la correspondiente convocatoria?
Por un lado, no cabe duda que estaba siendo evaluada la incondicional obediencia del penúltimo bastión perredista del país, ante las directrices establecidas por la definitiva puesta en marcha de las reformas estructurales que han venido habilitándose durante los últimos sexenios, y frente a las cuales el PRD naciera en su momento como impulso de una alternativa divergente.
Por otro, estaba siendo evaluada la funcionalidad del operativo logístico-policiaco para aquellas entidades identificadas como focos rojos en función de la fortaleza que en ellas ha mostrado históricamente el sindicalismo magisterial disidente. Para nadie resultó nunca un secreto que la mayor resistencia a la reforma educativa en general y a la evaluación docente en específico (antes de la inesperada reacción del magisterio veracruzano) iba a presentarse en Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas; y que entre esas cuatro entidades la que, por diversas razones, presentaba un escenario más manejable y menos virulento, era precisamente Michoacán. La  celebrada “experiencia de éxito” de la evaluación docente michoacana, constituyó apenas un primer ensayo integral, y ahora enfrentará el reto real para el que fue diseñada, frente a secciones sindicales infinitamente menos desarticuladas, menos corrompibles y menos dúctiles.
Porque otra de las cosas que con toda claridad estaba siendo evaluada, era el grado de debilitamiento y descomposición de la disidencia magisterial michoacana, fruto no sólo de las prácticas clientelares, la acumulación inescrupulosa de prebendas, los usos cupulares y los abusos corporativos que los diversos niveles gubernamentales procuran esgrimir como exclusivo y virtuoso motor de su reforma educativa, y que en efecto constituyen el insoslayable saldo negro de nuestro envilecido sindicalismo; sino también —bajo patrocinio de esos mismos niveles gubernamentales— como consecuencia  de la cooptación, la guerra sucia, el acoso institucional, la retención de recursos, el linchamiento mediático y la sistemática instrumentación de medidas que atentan contra el más elemental derecho laboral y la legítima organización de los trabajadores. Cuando Aurelio Nuño declara que la reforma derriba las barreras de un sistema caracterizado por relaciones corporativas que premiaban el clientelismo político, buen cuidado tiene de omitir toda alusión a las nuevas barreras, las nuevas relaciones corporativas y el nuevo clientelismo empresarial que a través de ella se prohija.
Pero quizá el propósito educativo central, la competencia adquirida más apreciada tras la primera etapa de la evaluación docente en Michoacán, sea la incorporación de la normatividad, logística, infraestructura y fisonomía policiacas como componente natural de los trámites institucionales y del discurrir cotidiano. La columna “Punto de vista”, aparecida sin firma en la edición del pasado lunes de La Jornada Michoacán (franquicia local que desde su creación ha usufructuado a partes iguales, sin el menor escrúpulo, el prestigio contestatario de la marca que la apadrina y el servilismo editorial ante la institucionalidad estatal de cuyo financiamiento depende) celebraba el “palmo de narices” de quienes pronosticaban la militarización de Morelia (como si ésta no se hubiera implantado con lógica de intensidad progresiva desde el sexenio de Felipe Calderón),  aseverando que la presencia policiaca se desplegó “sin atentar ni inhibir la movilidad ciudadana y la convivencia social”.
La excedencia de elementos policiacos y militares en las calles de cualquier ciudad, así se trate de la fuerza pública más confiable y apreciada por la población civil, es en sí misma intimidatoria e inhibe por ese sólo hecho la vida cotidiana de la ciudadanía. Ni qué decir del matiz que adquiere cuando se traduce en el creciente despliegue de efectivos cada vez más espectacular y amenazadoramente pertrechados, adscritos a un sistema de seguridad sobre el que (sólo en fechas recientes y a manera de botón de muestra) penden con elementos de sospecha más que justificados nombres como Ostula, Tlatlaya o Ayotzinapa.
El anónimo redactor de “Punto de vista” acaso experimentará un deleite estético para el que la mayoría de los morelianos nos hayamos todavía incapacitados, al admirar desde los portales el tranquilizador perfil de una tanqueta recortado contra el fondo de la Catedral, o al contemplar la acechanza de los vehículos antimotines en las inmediaciones de la Avenida Madero cada vez que hay una manifestación programada. Seguro le pareció divertido el modo en que un empleado de Televisa ordenó orillarse a las decenas de uniformados que colmaban la calle el día que se transmitió (con onerosa carga al erario público) el programa “Hoy” desde la Plaza de Armas, a fin de que en la toma el paisaje urbano se apreciara despejado y apacible. Y seguro habría sonreído con patria satisfacción o ecuánime naturalidad el domingo, tras advertir que para “proteger” a los maestros durante la evaluación docente se habían apostado granaderos incluso al interior de los sanitarios.
Ironías aparte, el hecho es que se trata apenas de un pequeño botón de muestra, en mitad de una abierta cargada propagandística que incluye a la mayor porción de los medios informativos, de las organizaciones partidarias, de los representantes de la iniciativa privada y de flamantes funcionarios hace apenas unas semanas irreductiblemente críticos ante el reformismo peñista.
La militarización y el estado de emergencia, así en Morelia como en París, siempre podrá cargarse a la cuenta de “los otros”, cualesquiera que estos sean, más amenazantes y funcionalizables cuanto más difusos. Que la autoridad incurra en medidas indeseables quedará tácitamente justificado bajo los argumentos de que no se le dejó otra salida, de que ante lo desconocido ningún coste resulta caro y de que en estos tiempos ninguna precaución es poca.
El viernes pasado, cuando ya todos los profesores contemplados para la evaluación habíamos sido notificados de que el examen daría inicio el domingo a las 8:00 a.m. y debíamos presentarnos con una hora de antelación, comenzaron a circular correos electrónicos donde la SEE nos emplazaba para acudir desde las 5:00 a.m. a diversos puntos de reunión de la ciudad, donde se dispondría de “transporte seguro, debidamente resguardado” y en el que se cuidaría “la privacidad de los pasajeros, para trasladarlos a la sede de evaluación”. Alarmismo amedrentador que siempre cabrá disculpar a posteriori como diligente exceso de buena fe, provocado por la impredecible amenaza de “los otros”.

Legitimar la omnipresencia intimidatoria de la fuerza pública como norma del día a día, bajo excusa de que no se ha dejado otro remedio a las apenada pero decidida autoridad —misma que hará cuanto sea necesario para garantizar nuestro bien, incluso (o sobre todo) cuando no estemos capacitados para distinguirlo como nuestro bien—, constituye el eje rector y la espuria coartada de cuantos órdenes han decidido quitarse la careta para asumir, fuera de todo disimulo, un franco carácter autoritario.