jueves, 31 de julio de 2025

Génesis.





No bien probaron el fruto prohibido, Eva y Adán contemplaron sus cuerpos como si fuera la primera vez. En ese mismo instante, nacieron el bolero y el danzón.

Supieron del prodigio. Y al saberlo, comprendieron al fin el precio y el oprobio de la pérdida, que hasta ese día cumplido les había resultado indiferente. No había sido que antes no murieran, era que daba igual morir o no.

Pudo más el prodigio que el oprobio, pudo más el hallazgo que la pérdida. Decidieron vestirse, cubrir sus desnudeces. No por pena o por culpa, sino por regalarse hasta el fin de los tiempos la opción de desnudarse, la opción de repetir letra por letra la misma tentación bajo otros árboles, la mutua mordedura en otros frutos, la infinita caída en sus dos cuerpos.

Trazaron nuevos planes. Los primeros, los nuestros, los de toda la vida: trabajar, tener hijos, hacerse responsables de sí mismos, defender el derecho de buscar, defender el derecho a estar perdidos, no volver a vivir de prestado y a ciegas.

“En el principio fue la dignidad” iban cantando, muertos de la risa, a la hora de marcharse.

Los dueños del jardín lo encontraron vacío y con la reja abierta. Prestigio y amor propio por delante, escribieron la historia a su manera: el gerente que expulsa, el pecado, la culpa, la vida como eterna penitencia.


Imagen: Eva y Adán (1999). Acrílico de Bárbara Cortazar.