martes, 23 de noviembre de 2010

HOY LA VI



Hace algunos días, buscando música en la red, me reencontré con una versión en vivo de la canción “Hoy la vi” de Pablo Milanés. Tema interpretado desde siempre y para siempre a dúo con Silvio Rodríguez. Toda la vida (escuché aquel disco por vez primera hacia mis ocho años) me ha parecido que el tema original de estudio carece de la dosis de potencia medio cínica y de confidencia agridulce que música y letra sugieren. Demasiadas trompetas y demasiada postproducción, para mi gusto.
Hoy la vi, y tenía un rostro ajeno al que yo amaba.
A guitarra sola, la versión en vivo está cargada por el contrario de una fuerza y un júbilo peculiares. Mérito pienso no sólo de la canción en sí, sino también de los contextos inmediato e histórico dentro los cuales era interpretada. El concierto tuvo lugar en México durante los años de efervescencia por la revolución sandinista. Y para quienes la coreaban (a pesar de las inevitables connotaciones extralíricas que hasta la menos politizada pieza del canto nuevo latinoamericano en automático cobraba) esa canción en específico parecía sólo una canción de amor. Relato de cosas que pasaban únicamente entre los individuales protagonistas de pasiones sentimentales íntimas, pero no entre los hombres y la historia, no entre los afanes colectivos y sus efectivas obras.
El que dan unos años de no ser feliz.
Cada tanto, algún amigo, familiar o casual conocido mío viaja a Cuba. Llevo algo así como dos décadas agrupando las respectivas impresiones de cada uno en el mismo desván. Ciertos días me da por volcarlas y examinarlas sobre la mesa de soledad, sobre la conversación de café o sobre la página. Por cuanto a mí respecta, hasta ahora el azar, perversa o piadosamente, me ha dispensado acometer de cuerpo presente el iniciático viaje. Pienso la revolución cubana y su devenir desde mi cotidiano espacio, tratando de proyectar su radiografía espiritual y crítica en una perspectiva más amplia que las de la llana obcecación y el llano desencanto, aunque sabiéndome habitante de un espacio y un tiempo precipitados de manera radical hacia éste último.
Hoy la vi; y recordé la historia de un pedazo de mi vida, en que abrí la primavera bruta de mis años al amor.
Diversas gentes y medios anduvieron comentando hace unos meses la gira de Silvio Rodríguez por Estados Unidos, para promocionar “Segunda cita”, su más reciente producción discográfica. La tentación de editorializar el dato fue irresistible. Menudearon sobre todo los talantes de novia ultrajada (¿cómo puede hacernos esto?) y de furibundo inquisidor (¿ya ven, ya ven?). Entre los que sentían mancilladas sus ilusiones de juventud y los que sentían confirmados sus nihilismos de decrepitud, pocos parecieron interesados en escuchar música y letras para a partir de ellas dimensionar cabalmente la actitud que alimentan y resguardan.
Junto a ti, mi futuro de sueños llené. Pude identificar tu belleza y el mundo al revés. Nos miraban de muy buena fe. Nada cruel existía; si yo te veía, reía después.
No me interesa debatir qué tan buen poeta, qué tan mal compositor o que tan mediano guitarrista podrá ser Silvio. Gustos estéticos aparte, creo que lo que me lo ha perdurado como interlocutor entrañable es su perenne capacidad para estar siempre en el lugar equivocado. No por el lugar equivocado en sí, sino más bien por la honestidad, la coherencia y la vitalidad que semejante descolocación revela. Sospechoso de veleidades líricas individualistas y pequeñoburguesas en los días en que hasta para enloquecer constituía una obligación ser materialista dialéctico; reivindicador intransigente de su herencia revolucionaria cuando lo obligatorio era abjurar; pero, sobre todo, artífice de una obra negada a la comodidad de vivir de sus rentas, de repetir la fórmula exitosa; orfebre de una obra que después de cuatro décadas se mantiene viva, independientemente de lo afortunado o desafortunado que pueda resultar en específico cada uno de sus frutos.
Desperté la mañana que no pudo ser. No sin antes jurar que, si no era contigo, jamás. Que esa herida me habría de matar. Y heme aquí, qué destino, que ni el nombre tuyo pude recordar.
“Cada segundo es como el cobro por lo que resultamos ser” sentencia cierta letra de Silvio, en forma lapidaria. Cada vez que escucho esa canción, me da por sentir que quien está hablando es la mujer aquella, protagonista de “Hoy la vi”. Y que bien valdría pergeñar en versos un epílogo recordatorio de que semejante tipo de cobros nadie tiene la obligación de pagarlos. Entonces caigo en cuenta de que acometer tal recordatorio ha sido la lúcida, necesaria e incómoda tarea que Silvio viene cumpliendo durante los últimos años. Desde que los ángeles caídos fueron obligados a recordar y a recordarnos que son de carne y hueso.
Hoy la vi, y tenía un rostro ajeno al que yo amaba. El que dan unos años de no ser feliz.