El germen de lo que sería La sombra de Pan apareció durante mis
días de educación secundaria, teniendo yo catorce o quince años, como parte de
una fiebre dramatúrgica que me había llevado a escribir una pastorela para las
fiestas decembrinas y una comedia de enredos amorosos para el Día de San
Valentín. La pastorela se representó en el patio de mi escuela, la comedia de
enredos se quedó en los ensayos. Mi tercera entrega no estaba concebida para
ninguna efeméride en especial. Había quedado vivamente impresionado por el
fragmento de una tenebrosa novela de Rudyard Kipling, incluido en el libro de
la materia de Español, y con la osadía propia de esa edad me impuse la peregrina
misión de imitar su aliento para trasladarlo al contexto mexicano.
Así arranqué una historia
ubicada en un pueblo de Querétaro durante los tiempos del porfiriato. Dos
caballeros de la Ciudad de México, hombres de ocio, curiosidad y ciencia, se
personaban para averiguar qué habría de cierto en el rumor de que una vecina de
la localidad acababa de dar a luz un simio.
La pieza teatral aquella no
consiguió llegar demasiado lejos. Apenas tres o cuatro escenas, y el impulso
original se desinfló. No obstante, su anécdota base me retornó propicia cuando,
cosa de siete años más tarde, en vísperas del cumpleaños de un amigo muy
querido, consideré la opción de un regalo que se apartara de lo previsible y
habitual. Dada nuestra compartida
devoción por las historias de Sherlock Holmes y de H. P. Lovecraft, en lugar de
un libro, un disco o una prenda de vestir, yo le obsequiaría un cuento escrito
de mi puño y letra, armonizando ambos estilos en principio inconciliables.
La oposición fundamental entre
los universos holmesiano y lovecraftiano, proviene del hecho de que el primero
de ellos sustenta su relación con el mundo en una confianza absoluta hacia la
racionalidad, la lógica mecanicista y el cientificismo inapelable; mientras el
segundo parte justo de la radical subversión de todos esos presupuestos.
La premisa base de aquello que
no se sabía aún una novela, ni se llamaba todavía La sombra de Pan, fue preguntarme cómo se las arreglarían Sherlock
y su fiel escudero el Doctor Watson para afrontar un misterio perteneciente al
más allá de toda explicación razonable. Un caso sin los caminos de vuelta como
los que en El sabueso de los Baskerville permiten
despachar todas las fantasmagorías sobrenaturales como fruto de la superchería,
la sugestión y el espejismo.
No conseguí tener listo el
regalo para la fecha de cumpleaños de mi amigo. Apenas sentarme a poner por
escrito la historia que traía entre manos, dos cosas se me hicieron al punto
evidentes: que su aliento desbordaría los márgenes de relato breve donde yo
originalmente había planeado enmarcarla; y que la adecuada contextualización de
la trama en la Inglaterra del siglo XIX, por mínima que fuera a ser, me
supondría un período preliminar de investigación documental.
Eran otros tiempos. La novela
iba a escribirla íntegra ya en computadora, pero empleando aquel sistema
operativo MS-DOS previo a la omnipotencia de Windows; respaldándola ni siquiera
aún en diskette de 3½ , sino todavía en floppy de 5¼. De internet ni hablar. El
acopio de cualquier acervo documental había que realizarlo de cuerpo presente,
concurriendo a la biblioteca.
Mi biblioteca de cabecera había
sido desde los días de secundaria la Pública Central ubicada junto al
Planetario de Morelia: mi borgiana versión adolescente del paraíso. A ella, y
en especial a los voluminosos tomos monográficos de la Enciclopedia Británica,
acudí para informarme sobre usos horarios ingleses, sobre la fisonomía física e
histórica del condado de Somerset, sobre el trazado urbano y la mitología
esotérica asociados a la ciudad de Glastonbury, sobre ferrocarriles a carbón y
leyendas artúricas.
Mi hermana la segunda gozó el
privilegio o padeció la tortura de erigirse en tiempo real como la lectora
inaugural de la novela. Apenas terminar un capítulo, iba a tocar a su puerta en
la casa de junto, y ella venía solícita y estoica a dar el visto bueno; quedándose
en ascuas con cada golpe de efecto de final de episodio, dado que no tenía
manera de averiguar (ni yo mismo lo sabía a menudo) cómo continuaría la cosa. Mientras
de esa guisa íbamos avanzando semana tras semana, nos pasó por la cabeza la
idea de redondear el proyecto con ilustraciones que fueran acompañando cada
capítulo. Mi hermana sólo llegó a realizar la primera de ellas, correspondiente
a Thomas Godwin, el atribulado hombrecillo encargado de introducir en el enigma
a Watson y a Holmes.
Para mediados de aquel año de
Dios 1994 la novela estaba lista, si bien encabezada por el título tentativo y
al final desechado de “Los hombres de Pan”. Además de ponerla en manos de su
destinatario, quien la leyó en vísperas del Mundial de futbol, imprimí otra
copia y se la remití por correo a Daniel González Dueñas, quien generoso había
apadrinado los festejos de aniversario de mi primer grupo de teatro un par de
años atrás.
Conservo la carta de respuesta
que Daniel me envió hacia el mes de octubre, como uno de los más preciados
tesoros de mi travesía literaria. Además de responder a toda la serie de
abigarradas inquietudes librescas que yo le planteaba en mi misiva, y de
compartirme un invaluable esquema cartográfico que él había elaborado para el
abordaje de la obra de Italo Calvino, procedió a hacerme puntuales comentarios
sobre la novela. No sólo eso; se tomó el trabajo de añadir un par de páginas identificando
erratas. Y me hizo ver que el juego de palabras que yo pretendía con “Los
hombres de Pan” se perdía por completo al prescindir de las mayúsculas.
Ya debidamente puesta a punto, La sombra de Pan salió en busca de buena
fortuna, respondiendo a la convocatoria del primer premio de novela Gran
Angular, versión México, lanzada por la editorial española SM. Lo hizo en
condiciones por demás precarias. El inminente cierre del plazo de entrega
coincidió con una racha de peculiar penuria económica. Disponía del importe justo
para las fotocopias y la paquetería, de modo que los tres o cuatro juegos se
fueron sin engargolar, unidas sus páginas con un amarre de estambre en la
esquina superior izquierda, dentro de un paquete improvisado con papel periódico.
Encima, con las prisas, uno de los juegos se había ido sin los dos capítulos
finales. Así que mis expectativas de recompensa durante las siguientes semanas
oscilaron entre lo modesto y lo nulo. Imaginaba que, no bien abrir mi paquete,
la editorial lo desecharía por desprolijo.
Asistí a la FILIJ 1996 para
recibir el premio del certamen “El mejor teatro para niños” por Los ojos perdidos de Mirmidón. Andando
en esas, Rosalía Chavelas, funcionaria del Conaculta a cargo de mi logística,
me preguntó si era yo el mismo Monreal que había participado en Gran Angular,
para enseguida confiarme que a David Huerta, miembro literario del jurado, le
había encantado mi novela, y había dado la batalla para que se le otorgara el primer
lugar; no obstante, ante la férrea oposición de una pedagoga o algo así, según
la cual el lenguaje de la obra no era el adecuado para un público juvenil,
había conseguido no sólo que se le concediera una mención, sino que el acta
correspondiente incluyera una recomendación expresa para publicarla.
Fue así como La sombra de Pan tomó rumbo editorial. Fue
así como se convirtió acaso en el ejemplar más visible y autónomo de cuanto he
escrito. Por más que nos pese, o por más ejemplos de marginalidad imperecedera
que podamos traer a colación, la resonancia de una obra literaria en nuestras
sociedades está altamente subordinada a los canales comerciales de impresión,
distribución, oferta y consumo. La sombra
de Pan es el único libro que he
llegado a publicar hasta ahora en una editorial comercial propiamente dicha. SM
llegó a México hacia mediados de los años noventa, para posicionarse como una
de las principales firmas editoriales de nuestro país dirigidas al público
infantil y juvenil; merced a su catálogo literario y escolar, y merced a su privilegiada
vinculación con el sistema educativo nacional, que la han vuelto presencia
habitual en centros de enseñanza públicos y privados desde nivel preescolar
hasta el medio superior.
La
sombra de Pan se benefició o formó parte de dicho fenómeno,
incorporándose a la lista de lecturas recomendadas y recomendables para
estudiantes de bachillerato. Que algún respetable número de docentes decidieron
incluirla dentro de los materiales a leer y reseñar en clase, lo certifica
siquiera colateralmente el hecho de que una ficha-resumen suya se encuentre incluida en esa inefable página web llamada “Buenas tareas”. El correspondiente
contrato firmado entre SM y yo tenía vigencia de una década. Durante los
primeros tiempos mantuve un contacto constante y fluido con la dirección de la
editorial. A partir de determinado relevo directivo, la comunicación cesó. El
plazo de vigencia del contrato, a través del cual SM se arrogaba la propiedad
sobre traducciones, adaptaciones e impresiones en el extranjero, concluyó sin
que manifestaran interés alguno por renovarlo, ni menos aún respondieran a mis inquietudes
sobre un par de reimpresiones extemporáneas o una potencial edición española.
Mi interés en este último
sentido había aparecido, por supuesto, desde el momento mismo de firmar
contrato con una casa cuya matriz estaba en España. Pero se incrementó al paso
de los años, cuando la legión de holmesianos de habla hispana esparcida por el
mundo comenzó a dar a cuentagotas muestras de interés en la novela, a través de
referencias, reseñas, comentarios y elogios a través de blogs y páginas web.
Cuatro o cinco personas a las cuales yo no conocía escribieron directamente a
mi correo electrónico desde el otro lado del mar, para preguntarme cómo podían
conseguir el libro. Les sugerí que
escribieran directamente a la editorial, pero como ésta les correspondiera
también a ellas con un absoluto silencio, hacia 2007 me asumí otra vez en
usufructo exclusivo sobre los derechos de mi obra… si bien con escasas ideas y
menos contactos para hacer algo con ella.
Fue hasta diez años más tarde,
en 2017, cuando el escritor y editor Alberto López Aroca, una de aquellas
personas que otrora me escribieran manifestando interés, y que se las ingeniara
para conseguir La sombra de Pan por
vía transoceánica, me la solicitó para incluirla en dos entregas en “Ulthar”,
revista de fantasía, ciencia ficción y terror que él publica y distribuye de
manera independiente desde España. Así tuvo mi novela su debut europeo, en el
mismo bello tipo de formato donde vieran luz por vez primera los relatos de
Lovecraft y Conan Doyle.
Hace un par de años probé
ofertarla por mi cuenta en formato digital, con resultados menos que discretos.
Si la autogestión y la autopromoción no son lo mío, menos aún el
emprendedurismo capitalista.
Entre 2019 y 2020,
la tenaz iniciativa de mi esposa Bárbara consiguió que Ricardo Peláez Goycochea, uno
de los máximos exponentes del cómic nacional, cuya obra yo conocía y admiraba
desde lustros atrás, y que por entonces ponía a circular su versión de El complot mongol con guión de Luis Humberto Crosthwaite, acometiera la adaptación de La sombra de Pan al formato de narrativa gráfica. Se trató de una
fecunda colaboración, durante la cual yo escribía el guión, le aportaba a
Ricardo soporte gráfico-documental para locaciones, vestuario y atrezo, y él
procedía a dibujar con absoluta potestad de ajuste y enmienda a partir de mis
propuestas. Creo que el resultado nos satisfizo a ambos. A mí en particular,
regresar a la novela me permitió implementar algunas resoluciones argumentales divergentes
del original, que según mi juicio no sólo son más funcionales para un cómic,
sino que mejoran la historia en sí.
Ya tocará al potencial público
lector pronunciarse a este último respecto cuando la pieza llegue a publicarse, y La sombra de Pan comience a vivir así,
pian pianito, paso a paso, con dilatadas pausas y sin ningún género de prisas, su
segunda, tercera, quinta o ya no sé cuál vida; luego de aquel germen originario,
salido hace ya casi cuarenta años de la pluma de un estudiante de secundaria
que quería ser escritor.
2. Ilustración elaborada por Patricia Monreal para la primera versión inédita.
3. La sombra de Pan en Ulthar, revista de fantasía, ciencia ficción y horror.
4. Boceto de la novela gráfica, tomada del facebook de Ricardo Peláez Goycochea.