sábado, 3 de diciembre de 2022

25 años de La Sombra de Pan.

 

El germen de lo que sería La sombra de Pan apareció durante mis días de educación secundaria, teniendo yo catorce o quince años, como parte de una fiebre dramatúrgica que me había llevado a escribir una pastorela para las fiestas decembrinas y una comedia de enredos amorosos para el Día de San Valentín. La pastorela se representó en el patio de mi escuela, la comedia de enredos se quedó en los ensayos. Mi tercera entrega no estaba concebida para ninguna efeméride en especial. Había quedado vivamente impresionado por el fragmento de una tenebrosa novela de Rudyard Kipling, incluido en el libro de la materia de Español, y con la osadía propia de esa edad me impuse la peregrina misión de imitar su aliento para trasladarlo al contexto mexicano.

Así arranqué una historia ubicada en un pueblo de Querétaro durante los tiempos del porfiriato. Dos caballeros de la Ciudad de México, hombres de ocio, curiosidad y ciencia, se personaban para averiguar qué habría de cierto en el rumor de que una vecina de la localidad acababa de dar a luz un simio.

La pieza teatral aquella no consiguió llegar demasiado lejos. Apenas tres o cuatro escenas, y el impulso original se desinfló. No obstante, su anécdota base me retornó propicia cuando, cosa de siete años más tarde, en vísperas del cumpleaños de un amigo muy querido, consideré la opción de un regalo que se apartara de lo previsible y habitual.  Dada nuestra compartida devoción por las historias de Sherlock Holmes y de H. P. Lovecraft, en lugar de un libro, un disco o una prenda de vestir, yo le obsequiaría un cuento escrito de mi puño y letra, armonizando ambos estilos en principio inconciliables.

La oposición fundamental entre los universos holmesiano y lovecraftiano, proviene del hecho de que el primero de ellos sustenta su relación con el mundo en una confianza absoluta hacia la racionalidad, la lógica mecanicista y el cientificismo inapelable; mientras el segundo parte justo de la radical subversión de todos esos presupuestos.

La premisa base de aquello que no se sabía aún una novela, ni se llamaba todavía La sombra de Pan, fue preguntarme cómo se las arreglarían Sherlock y su fiel escudero el Doctor Watson para afrontar un misterio perteneciente al más allá de toda explicación razonable. Un caso sin los caminos de vuelta como los que en El sabueso de los Baskerville permiten despachar todas las fantasmagorías sobrenaturales como fruto de la superchería, la sugestión y el espejismo.

No conseguí tener listo el regalo para la fecha de cumpleaños de mi amigo. Apenas sentarme a poner por escrito la historia que traía entre manos, dos cosas se me hicieron al punto evidentes: que su aliento desbordaría los márgenes de relato breve donde yo originalmente había planeado enmarcarla; y que la adecuada contextualización de la trama en la Inglaterra del siglo XIX, por mínima que fuera a ser, me supondría un período preliminar de investigación documental.

Eran otros tiempos. La novela iba a escribirla íntegra ya en computadora, pero empleando aquel sistema operativo MS-DOS previo a la omnipotencia de Windows; respaldándola ni siquiera aún en diskette de 3½ , sino todavía en floppy de 5¼. De internet ni hablar. El acopio de cualquier acervo documental había que realizarlo de cuerpo presente, concurriendo a la biblioteca.

Mi biblioteca de cabecera había sido desde los días de secundaria la Pública Central ubicada junto al Planetario de Morelia: mi borgiana versión adolescente del paraíso. A ella, y en especial a los voluminosos tomos monográficos de la Enciclopedia Británica, acudí para informarme sobre usos horarios ingleses, sobre la fisonomía física e histórica del condado de Somerset, sobre el trazado urbano y la mitología esotérica asociados a la ciudad de Glastonbury, sobre ferrocarriles a carbón y leyendas artúricas.

Mi hermana la segunda gozó el privilegio o padeció la tortura de erigirse en tiempo real como la lectora inaugural de la novela. Apenas terminar un capítulo, iba a tocar a su puerta en la casa de junto, y ella venía solícita y estoica a dar el visto bueno; quedándose en ascuas con cada golpe de efecto de final de episodio, dado que no tenía manera de averiguar (ni yo mismo lo sabía a menudo) cómo continuaría la cosa. Mientras de esa guisa íbamos avanzando semana tras semana, nos pasó por la cabeza la idea de redondear el proyecto con ilustraciones que fueran acompañando cada capítulo. Mi hermana sólo llegó a realizar la primera de ellas, correspondiente a Thomas Godwin, el atribulado hombrecillo encargado de introducir en el enigma a Watson y a Holmes.

Para mediados de aquel año de Dios 1994 la novela estaba lista, si bien encabezada por el título tentativo y al final desechado de “Los hombres de Pan”. Además de ponerla en manos de su destinatario, quien la leyó en vísperas del Mundial de futbol, imprimí otra copia y se la remití por correo a Daniel González Dueñas, quien generoso había apadrinado los festejos de aniversario de mi primer grupo de teatro un par de años atrás.



Conservo la carta de respuesta que Daniel me envió hacia el mes de octubre, como uno de los más preciados tesoros de mi travesía literaria. Además de responder a toda la serie de abigarradas inquietudes librescas que yo le planteaba en mi misiva, y de compartirme un invaluable esquema cartográfico que él había elaborado para el abordaje de la obra de Italo Calvino, procedió a hacerme puntuales comentarios sobre la novela. No sólo eso; se tomó el trabajo de añadir un par de páginas identificando erratas. Y me hizo ver que el juego de palabras que yo pretendía con “Los hombres de Pan” se perdía por completo al prescindir de las mayúsculas.

Ya debidamente puesta a punto, La sombra de Pan salió en busca de buena fortuna, respondiendo a la convocatoria del primer premio de novela Gran Angular, versión México, lanzada por la editorial española SM. Lo hizo en condiciones por demás precarias. El inminente cierre del plazo de entrega coincidió con una racha de peculiar penuria económica. Disponía del importe justo para las fotocopias y la paquetería, de modo que los tres o cuatro juegos se fueron sin engargolar, unidas sus páginas con un amarre de estambre en la esquina superior izquierda, dentro de un paquete improvisado con papel periódico. Encima, con las prisas, uno de los juegos se había ido sin los dos capítulos finales. Así que mis expectativas de recompensa durante las siguientes semanas oscilaron entre lo modesto y lo nulo. Imaginaba que, no bien abrir mi paquete, la editorial lo desecharía por desprolijo.

Asistí a la FILIJ 1996 para recibir el premio del certamen “El mejor teatro para niños” por Los ojos perdidos de Mirmidón. Andando en esas, Rosalía Chavelas, funcionaria del Conaculta a cargo de mi logística, me preguntó si era yo el mismo Monreal que había participado en Gran Angular, para enseguida confiarme que a David Huerta, miembro literario del jurado, le había encantado mi novela, y había dado la batalla para que se le otorgara el primer lugar; no obstante, ante la férrea oposición de una pedagoga o algo así, según la cual el lenguaje de la obra no era el adecuado para un público juvenil, había conseguido no sólo que se le concediera una mención, sino que el acta correspondiente incluyera una recomendación expresa para publicarla.

Fue así como La sombra de Pan tomó rumbo editorial. Fue así como se convirtió acaso en el ejemplar más visible y autónomo de cuanto he escrito. Por más que nos pese, o por más ejemplos de marginalidad imperecedera que podamos traer a colación, la resonancia de una obra literaria en nuestras sociedades está altamente subordinada a los canales comerciales de impresión, distribución, oferta y consumo. La sombra de Pan  es el único libro que he llegado a publicar hasta ahora en una editorial comercial propiamente dicha. SM llegó a México hacia mediados de los años noventa, para posicionarse como una de las principales firmas editoriales de nuestro país dirigidas al público infantil y juvenil; merced a su catálogo literario y escolar, y merced a su privilegiada vinculación con el sistema educativo nacional, que la han vuelto presencia habitual en centros de enseñanza públicos y privados desde nivel preescolar hasta el medio superior.

La sombra de Pan se benefició o formó parte de dicho fenómeno, incorporándose a la lista de lecturas recomendadas y recomendables para estudiantes de bachillerato. Que algún respetable número de docentes decidieron incluirla dentro de los materiales a leer y reseñar en clase, lo certifica siquiera colateralmente el hecho de que una ficha-resumen suya se encuentre incluida en esa inefable página web llamada “Buenas tareas”. El correspondiente contrato firmado entre SM y yo tenía vigencia de una década. Durante los primeros tiempos mantuve un contacto constante y fluido con la dirección de la editorial. A partir de determinado relevo directivo, la comunicación cesó. El plazo de vigencia del contrato, a través del cual SM se arrogaba la propiedad sobre traducciones, adaptaciones e impresiones en el extranjero, concluyó sin que manifestaran interés alguno por renovarlo, ni menos aún respondieran a mis inquietudes sobre un par de reimpresiones extemporáneas o una potencial edición española.

Mi interés en este último sentido había aparecido, por supuesto, desde el momento mismo de firmar contrato con una casa cuya matriz estaba en España. Pero se incrementó al paso de los años, cuando la legión de holmesianos de habla hispana esparcida por el mundo comenzó a dar a cuentagotas muestras de interés en la novela, a través de referencias, reseñas, comentarios y elogios a través de blogs y páginas web. Cuatro o cinco personas a las cuales yo no conocía escribieron directamente a mi correo electrónico desde el otro lado del mar, para preguntarme cómo podían conseguir el libro.  Les sugerí que escribieran directamente a la editorial, pero como ésta les correspondiera también a ellas con un absoluto silencio, hacia 2007 me asumí otra vez en usufructo exclusivo sobre los derechos de mi obra… si bien con escasas ideas y menos contactos para hacer algo con ella.

Fue hasta diez años más tarde, en 2017, cuando el escritor y editor Alberto López Aroca, una de aquellas personas que otrora me escribieran manifestando interés, y que se las ingeniara para conseguir La sombra de Pan por vía transoceánica, me la solicitó para incluirla en dos entregas en “Ulthar”, revista de fantasía, ciencia ficción y terror que él publica y distribuye de manera independiente desde España. Así tuvo mi novela su debut europeo, en el mismo bello tipo de formato donde vieran luz por vez primera los relatos de Lovecraft y Conan Doyle.

Hace un par de años probé ofertarla por mi cuenta en formato digital, con resultados menos que discretos. Si la autogestión y la autopromoción no son lo mío, menos aún el emprendedurismo capitalista.

Entre 2019 y 2020, la tenaz iniciativa de mi esposa Bárbara consiguió que Ricardo Peláez Goycochea, uno de los máximos exponentes del cómic nacional, cuya obra yo conocía y admiraba desde lustros atrás, y que por entonces ponía a circular su versión de El complot mongol con guión de Luis Humberto Crosthwaite, acometiera la adaptación de La sombra de Pan al formato de narrativa gráfica. Se trató de una fecunda colaboración, durante la cual yo escribía el guión, le aportaba a Ricardo soporte gráfico-documental para locaciones, vestuario y atrezo, y él procedía a dibujar con absoluta potestad de ajuste y enmienda a partir de mis propuestas. Creo que el resultado nos satisfizo a ambos. A mí en particular, regresar a la novela me permitió implementar algunas resoluciones argumentales divergentes del original, que según mi juicio no sólo son más funcionales para un cómic, sino que mejoran la historia en sí.

Ya tocará al potencial público lector pronunciarse a este último respecto cuando la pieza llegue a publicarse, y La sombra de Pan comience a vivir así, pian pianito, paso a paso, con dilatadas pausas y sin ningún género de prisas, su segunda, tercera, quinta o ya no sé cuál vida; luego de aquel germen originario, salido hace ya casi cuarenta años de la pluma de un estudiante de secundaria que quería ser escritor.  



 
1. Portada de La sombra de Pan publicada por SM y el CNCA.
2. Ilustración elaborada por Patricia Monreal para la primera versión inédita.
3. La sombra de Pan en Ulthar, revista de fantasía, ciencia ficción y horror.
4. Boceto de la novela gráfica, tomada del facebook de Ricardo Peláez Goycochea.