jueves, 30 de julio de 2020

"Morir en el Golfo" de Héctor Aguilar Camín.


Héctor Aguilar Camín no es una figura pública que me agrade. Su servil cercanía de décadas con el poder político neoliberal, vuelve por completo legítimas todas las desconfianzas de que se ha hecho merecedor junto a la franja de comentaristas e intelectuales a que pertenece.
Nada de lo cual desdice el hecho de que sea autor de una de las más magistrales piezas literarias de temática criminal que se han escrito en este país. Morir en el Golfo (1986) constituye, por derecho propio, una de nuestras mejores novelas históricas, una de nuestras mejores novelas políticas, una de nuestras mejores novelas a secas. Y para mí, por encima de todo, una de nuestras mejores novelas policiacas.
Estos días, donde la virtual quiebra de PEMEX —así como el mediático proceso judicial emprendido contra su ominoso ex director Emilio Lozoya— acapara significativo interés dentro de la agenda pública nacional, resultan ideales para darse una vuelta por sus páginas, conocer a sus magistrales y emblemáticos personajes; y seguir paso por paso, en sostenido crescendo, su logradísima trama, plena de intrigas, crímenes, pasiones y pertinentes frescos históricos..
Claro que desde el México y la industria petrolera que la novela retrata, hasta el escenario de grotesca devastación a que hoy nos asomamos, median ya muchas décadas; así como las sucesivas etapas de un poder político primero tecnócrata, y al cabo francamente empresarial. Pero Aguilar Camín nos ofrece, desde una privilegiada perspectiva, justo el contexto originario donde tales etapas hubieron de asentar sus raíces.
Estamos entre los últimos meses del sexenio de Luis Echeverría y los primeros años del sexenio de José López Portillo. Es decir, cuando el Estado de la Revolución Mexicana, ya asumida la fecha de caducidad que el movimiento estudiantil de 1968 le hubiera oportunamente revelado, se apresta para experimentar un giro radical con el arribo de la tecnocracia a los sitios claves de la administración pública.
Dentro de ese contexto, la lucha de quienes siguen aferrándose al antiguo modelo (los viejos usos y costumbres de lo que en su momento Mario Vargas Llosa atinó lúcidamente a denominar como “la dictadura perfecta”) queda emblematizada por el enfrentamiento entre dos personajes específicos: un ambicioso político local veracruzano, y un omnipotente cacique petrolero. El eje narrativo y la médula pasional que gobiernan la novela, están dados a su vez por el columnista estrella de un importante diario de la capital, y por su amor imposible: una hermosa mujer de armas tomar, que fue su compañera en los idealistas años universitarios y que terminó casada con el político ambicioso.
A partir de tales coordenadas, Aguilar Camín nos asoma con implacable vértigo a los íntimos mecanismos de funcionamiento del poder, pero sobre todo a los complejos equilibrios establecidos por la Revolución institucionalizada entre cálculo político, servicios de inteligencia interior, ejercicio periodístico y administración gubernamental del monopolio de la violencia.
Al momento de su publicación, parecía importante (parecía lo más importante) apresurarse a puntualizar nombres: explicando que el cacique petrolero era La Quina, que el columnista estrella era Manuel Buendía, y que la mano que mueve los hilos tras bambalinas era el Secretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios. Hoy, cuando el mexicano promedio ha olvidado ya por completo dichos nombres, cuando la circunstancialidad inmediata y la memoria ciudadana de corto plazo los han visto sucesivamente reemplazados tantas veces en los titulares, Morir en el Golfo sigue gozando de tan buena salud como el primer día. A diferencia de lo que sucedió con La guerra de Galio (la siguiente novela de Aguilar Camín, publicada en 1991), no ha envejecido en lo más mínimo. Y es que sus méritos esenciales no correspondieron nunca al oportunismo con que procediera a ventilar determinados sensacionalismos coyunturalmente candentes, sino antes bien a aquella potestad que Carlos Fuentes gustó siempre reivindicar prioritaria para el género novelístico: imaginar el pasado, recordar el futuro.